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Orígenes de la vacunación
Fernando Luis Romera
Tomado de: http://perso.wanadoo.es

La palabra «vacunación» deriva del latín vaccinae, es decir, «de la vaca». Es un término que apareció en 1880 y parece que Pasteur fue el primero en emplearlo basándose en el trabajo del inglés Jenner, que había inmunizado a pacientes contra la «viruela de la vaca» y, por tanto, contra la viruela común.

La vacunación no es un descubrimiento propiamente dicho, pues se practicaba en Turquía desde tiempo inmemorial. Es posible que derivara de los experimentos del primer toxicólogo conocido en la Historia, Mitrídates VI, rey del Ponto, que postuló que se podía conseguir la inmunización contra los ve­nenos tomando regularmente pe­queñas cantidades. El Ponto se ha­llaba justamente al norte de la actual Turquía. Los turcos «vacunaban» contra la viruela tomando muestras del contenido de las pústulas de los casos moderados de viruela e ino­culándolas a personas sanas.

La práctica, algo arriesgada, llegó a oídos de la embajadora de Ingla­terra en Constantinopla, Lady Mary Wortley Montagu, personaje importante de la sociedad interna­cional de la época. En 1718 la intro­dujo en Gran Bretaña. Numerosas personas se inmunizaron contra esta enfermedad que sembraba el terror. Pero algunas murieron. No se puede afirmar, por tanto, que Jenner, el primero en llevar a cabo la vacunación contra la viruela a gran escala desde 1798, descubriera realmente el principio de esta tera­péutica.

La viruela

Su descubrimiento se realizó sobre bases confusas. Jenner, mé­dico de campaña, creía que la vi­ruela bovina, y sin duda la viruela humana, afecciones víricas seme­jantes pero no idénticas, tenían su origen en una infección de los cas­cos de los caballos, de donde pasa­ban a los bóvidos y quizá a los seres humanos.

La realidad era que la enfermedad la transmitían granjeros infectados, que infectaban a las vacas, en las que la enfermedad se transfor­maba en viruela.

La vacunación que Jenner practicó no era esencialmente diferente a la que Lady Montagu había introducido, y se denominó «varioliza­ción», ya que, al principio, las per­sonas tratadas tenían que volver a ver a Jenner una semana después, para que tomara una muestra de pus de la vesícula vaccínea y la pu­diera inocular a otros y así sucesi­vamente. Este método presentaba, sin embargo, un inconveniente: las cepas víricas terminaban debilitán­dose, y Jenner, en varias ocasiones, tuvo que inocular muestras huma­nas a vacas para reforzar la cepa. A esto se le denomina «retrovacuna­ción».

Pero había una diferencia entre la variolización general que Lady Montagu introdujo y la que practi­caba Jenner; éste no inoculaba el vi­rus de la viruela, sino el de la virue­la bovina, que es distinto, pero que provoca reacciones inmunitarias efi­caces contra el de la viruela. Se ob­tuvo la prueba cuando un imitador poco avisado de Jenner, Pearson, se dedidó a vacunar contra la viruela y provocó casos de erupciones gra­ves muy semejantes a la enferme­dad que pretendía prevenir. En 1799, cuando el incidente había fa­vorecido mucho a los adversarios de la vacunación jenneriana, Jenner demostró que el preparado em­pleado por Pearson había sido con­taminado por gérmenes variólicos. Por otra parte, Jenner no tomaba muestras hasta el séptimo día de la aparición de las pústulas, es decir, cuando el germen había perdido parte de su virulencia. Cabe afir­mar, en consecuencia, que Jenner descubrió el principio de la vacuna­ción por gérmenes debilitados.

Jenner y Pasteur

A pesar de la gran hostilidad hacia la vacunación jenneriana, ésta ganaba terreno. En 1800, el duque de la Rochefoucauld-Liancourt la in­trodujo en Francia; en 1803 se creó en Gran Bretaña la Royal Jennerian Society, que ofrecía al público la va­cunación gratuita.

El concepto de gérmenes debili­tados, mientras tanto, se había abierto camino en medicina. Era evidente que no se podían inocular los mismos gérmenes de la enfer­medad contra la que se pretendía inmunizar, como había sucedido con la variolización, con el riesgo de provocar la propia enfermedad. Aunque se ignoraba casi todo sobre los mecanismos inmunitarios, el concepto de inmunidad comenza­ba a abrirse camino, y se postulaba, con toda razón, que la inoculación de un germen debilitado podía ayudar al organismo a reconocerlo y a defenderse. Así, cuando Pasteur preparó la primera vacuna antibac­teriana contra el ántrax, empleó gérmenes debilitados.

En esa ocasión, el genio rindió un caluroso homenaje a Jenner, «uno de los ingleses más importantes».

El principio de la debilitación de los gérmenes fue puesto en práctica por Pasteur en su preparación de la vacuna con­tra la rabia; el virus empleado fue objeto de cien inyecciones intracere­brales sucesivas de médula espinal de un conejo infectado a otro. La va­cuna sólo se había experimentado con perros cuando, en 1885, llevaron a Pasteur a un niño de 9 años, Jo­seph Meister, a quien había mordi­do un perro rabioso. A pesar de no ser médico, Pasteur aceptó el desafío y experimentó la vacuna en el niño con el éxito que todos conocemos. Había nacido la vacunación moder­na. La única gran modificación que se produciría posteriormente fue la introducción de vacunas obtenidas por ingeniería genética, que se ini­ciaron en 1983 y cuyo primer pro­ducto comercializado fue la vacuna contra la hepatitis B, en 1986.

Más:

El mérito de Jenner

Su mérito consiste en haber descubierto que la inoculación de la viruela bovina po­día inmunizar contra la viruela humana.

La variolización en China

Bajo la dinastía china Song, entre los si­glos x y xui, se practi­có la variolización, pero parece que se abandonó en la épo­ca en que los turcos la llevaban a cabo, cuando Lady Monta­gu la exportó a Europa.

La dedicación de Jenner

Doce mil personas fueron vacunadas en los 18 meses que si­guieron a la apertura de la Royal Jennerian Society. El propio Jenner llevó a cabo unas 300 vacunacio­nes gratuitas diarias. La cifra media anual de fallecimientos por viruela disminuyó al año siguiente de 2.018 a 622.

El fin de la viruela

Parece que la viruela desapareció del pla­neta en 1978, pero se sospecha que po­drían existir reservas animales que desen­cadenaran nuevas epidemias, a parte de las que guardan las grandes potencias con fines militares. Más bien criminales.